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El

año

de

la

guerra

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CUANDO VENECIA NO SOBREVIVA

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Hace algunos años, alguien muy aficionado al arte del vidrio me condujo hasta un local muranés perfectamente ilegal como casi todo en Italia, donde se vendían piezas especiales, muy superiores a las que se ofrecen al turismo, que son de muy escasa calidad y pésimo gusto. Me impresionó un deslumbrante vaso rojo sangre, de unso veinte centímetros de altura, y pregunté el precio. El encargado, hombre flaco, atildado y ladino, sonrió con sorna y soltó la cifra: unas setecientas mil pesetas de 1985. También mi amigo parecía divertirse mucho. Había yo preguntado ingenuamente por la pieza más clandestina del negocio.El espectacular rojo veneciano que ya sólo puede verse en algunos museos se conseguía gracias al oro fundido de los antiguos ducados, pero el vapor que inevitablemente pasaba a los pulmones del artesano le condenaba a muerte en pocos meses. En un ataque de sensatez, el gobierno prohibió el uso de oro y la fabricación de vidrio rojo a finales del siglo xvii. Los elegantes canallas que yo conocí seguían produciendo algunas piezas al modo antiguo, utilizando para soplarlas a los indefensos emigrantes turcos. Posteriormente las vendían a pequeños museos alemanes, australianos y norteamericanos, haciéndolas pasar por auténticas. Venían a salir a turco por vaso, y lo que valía setecientas mil pesetas no era el vaso, sino, en realidad, la vida del turco.

Félix de Azúa

laguer4.jpg (5829 bytes) No hay por qué preocuparse.

Podemos encender nuestros cigarros,

servirnos otra copa.

Nada sucederá esta noche salvo

un verso o la saliva

costra a costra dejada en nuestra piel,

o algún minuto más

y más tibio de música

en este simulacro.

El dolor es un punto cardinal

y no nos pertenece,

como no es nuestro el viejo y oxidado

cuchillo de bailar que nos mostraba,

tan orgulloso, nuestro amado padre,

o el amado y desconocido padre

que silbaba boleros en un anuncio,

en otro tiempo, ajeno,

quizás cruel, codicioso, del que escapa

esta noche, este vino.

De él y de tanto Sur como se acerca

para ahogarnos, tan próximo

ya, rozando sus puertas...

No. Venecia no sobrevivirá.

También se pudrirá bajo una alfombra

de raíces y cáscaras roídas,

bajo las mantas con que los mendigos

se cubren mientras tienden

la mano a otros mendigos,

llagas pidiendo llagas.

Pero no ocurrirá esta noche.Hoy

la muerte sólo es este vaso rojo.

ÁLVARO MUÑOZ ROBLEDANO

 

 

 

VOLUTAS DE HUMO (*)

Huida (15 Kb))Cuando comprendió que los dioses estaban hechos de la misma materia que el resto de los mortales, el abuelo volvió a fumar.

Cuando le dijeron que aquel despiadado bombardeo en realidad era una bendición, y que la paz, a veces es como una paloma negra, el abuelo dejó de comer.

Cuando a la abuela le venció la pena una noche sobre aquel tractor que encabezaba la diáspora de los dolientes, el abuelo dejó de rezar.

Ahora mi abuelo ya no alza la cabeza al cielo para dar gracias a nadie, ahora sólo escruta el horizonte cuando oye el tableteo de las ametralladoras, entonces me pasa su escudilla de arroz y fuma, fuma en silencio.

ANTONIO POLO

 

 

 

 

LIMPIEZA ÉTNICA

Exodo (16 K)

 

Una calle cualquiera puede ser luminosa,

 

o los escombros sobre los que juegan

los niños harapientos,

y una playa cubrirse de sombrillas

y toldos bicolores,

o estar crucificada con alambre

su arena mutilada.

 

Un valle puede ser verde y extenso,

un valle de trincheras,

y el puente que frecuentan los amantes,

un puente defendido del asalto.

 

Un nombre me recuerda una ciudad,

o un campo de exterminio a sus afueras,

 

y dos palabras limpias el éxodo de un pueblo.

 

DÁMASO

 

 

 

LOS NIÑOS LOS RUIDOS LA DISTANCIA

Los niños. Los veo, llegan hasta mí en trenes nocturnos repletos de brazos y piernas. Descienden juntos protegiendo el calor en su distancia. Los niños velan las armas en tiendas de lona entre verdes colores de miseria. Los veo sin sonido, en la distancia. Los niños (29 Kb)La ternura. Me aferro a ella, la abrazo, la simplifico sobre la pantalla del televisor y espero. La ternura me vence y me castiga sin piedad hurgando con fervor de sádico carcelero en mis heridas. Los niños. Ya no se mueven, no eran imparables y las columnas los arrancaron de sus cuartos de juego, de las escuelas, de los parques. El agua. La siento en la garganta dolorida de mis niños, en el cauce seco de ese río de coches cargados de chiquillos y de brazos y piernas. Los niños. Sus sonrisas se desvanecen sobre un reflejo de vidrio; no están allí sus rostros ni sus almas tras pantallas de color mutilado, ni tan siquiera sus memorias. Los juegos. Ahora los busco en esas largas colas en espera de agua y comida, procesiones silenciosas en las que sólo advierto sus brazos y sus piernas. Los niños. Ya no veo sus cabezas, no espero nada de sus rostros invisibles, no espero su llanto o sus sonrisas, no espero rumor alguno de sus carreras interminables por las calles, no espero. Los ruidos. Los sonidos duelen de verdad y me buscan, mortifican mis oídos y no quedan niños que me susurren secretos en silencio y que entonen canciones aprendidas en el fervor de las aulas, ni maestros entre nubes de letras y dibujos en tres colores. Los niños. Mis niños. Las columnas los alejaron sobre la pantalla, y en este abril maldito la distancia pesa bajo las bombas y los barrotes. Ellos aún me esperan, esperan mis besos y el sonido de mi vida cercana, y me duele el alma de no alcanzar a distinguir sus rostros ni sus brazos y sus piernas. La distancia.

 

PEDRO DIAZ DEL CASTILLO

 

 

ISIDRO SEBASTIÁN URCELOY CAE HERIDO DE GRAVEDAD EN MORRO SAN JUAN, CUBA 1897


No ha conocido el hambre ni la gloria
pero ha visto morir tanto por ellas...

El amor es un cuerpo que flota en una acequia
y solo al voltearle se le descubre humano.

Correré, correré con los ojos abiertos,
no sea que al cerrarlos me disparen.

 

JESÚS URCELOY

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(*) "Volutas de humo" de Antonio Polo, ha resultado finalista en el 4º Certamen de relato hiperbreve y cuento TODOS SOMOS DIFERENTES de la Fundación de Derechos Civiles, fallado el pasado 28 de junio de 1999

UN TRABAJO DE ARIADNA REVISTA CULTURAL. JULIO 1999
Ilustraciones Pedro Díaz Del Castillo

 

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